6. Pareja y Poder

Nuestra pareja ya se ha convencido de las virtudes de una relación estable y han decidido irse a vivir juntos... ¿Significa esto que el viejo John Nash saldrá de sus vidas?.

Mucho me temo que no. La convivencia es todo un juego de estrategia en el que muy frecuentemente nos enfrentamos a dilemas sobre las actitudes a tomar. Un juego dramático en el que el resultado final, aunque sólo sea por la iteración, se mide en unidades de felicidad y realización personal.

Una pareja estable es un equilibrio a largo plazo. Y equilibrio a largo plazo en un juego iterativo tendría a estas alturas que remitirnos a Nash. Recordemos que son puntos de equilibrio de Nash aquellos resultados de un juego iterativo en los que una vez visto lo que ha hecho el otro, ninguno de los jugadores se arrepiente.

Por ejemplo, en el capítulo anterior, si yo me he duchado y el otro también, no me arrepiento, ya que lo que me interesa (si la idea es seguir jugando) es que ambos lo hagamos. Si el otro no colabora –es decir, si intenta sacar beneficios extra a corto plazo a expensas mías– yo me arrepentiré de no haber sido el primero en romper el juego. La moraleja del “dilema del prisionero” es que si la relación se toma con ánimo de perdurar la confianza paga.

Pero si esto es válido para ciertos juegos como ducharse antes de quedar, tener relaciones íntimas con otras personas ajenas a la pareja, o invitar constantemente a la propia madre a casa, no lo es tanto en otras situaciones en las que el equilibrio de Nash nos abre nuevas perspectivas.

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Bertrand Russell / Public Domain

Ejemplo típico: las discusiones. ¿Qué actitud tomar?. Si yo me mantengo en mis trece y el otro “recula” claramente obtengo una cierta satisfacción (“llevar razón”), pero ¿y si el otro hace lo mismo? Claramente me arriesgo a estropear e incluso romper la relación por algo que seguramente no merezca la pena y por mucho que en mi fuero interno tenga el convencimiento de “llevar razón” eso no va a compensarme perder a mi pareja. Y es que una discusión de pareja posiblemente se parece más que a un “dilema del prisionero”, a un “dilema del gallina” [1] como el que hemos representado en la siguiente tabla.

[1]El nombre de este dilema –que debemos al matemático y filósofo inglés Bertrand Rusell (en la foto)- se debe a que modeliza el juego del “gallina”, en el que dos coches avanzan uno contra otro por el centro de una carretera. Si uno se aparta y el otro no, tendremos un “valiente” y un “gallina”.

Note

. Sigo en mis trece Cedo
Sigo en mis trece -20, -20 10, -2
Cedo -2, 10 -1, -1

Como en el capítulo anterior, hemos representado al chico en las columnas y a la chica en las filas, de modo que los pares de valores (chica, chico) de cada casilla representan la satisfacción obtenida por cada uno en función de lo él mismo y el otro elijan:

Si ambos ceden, no pasa nada, la bronca se evita con mínimo coste. Si ninguno de los dos lo hace, la relación se degrada. Pero si uno cede y el otro no, uno pierde y otro gana

¿Cuáles son los posibles equilibrios? Pues lo paradójico es que sólo son equilibrios de Nash aquellos en los que uno cede y el otro no. Si cedemos ambos, a diferencia del dilema del prisionero, no puedo esperar obtener lo máximo a largo plazo.

Pero ¿quién debe ceder? Nash aquí no nos dice nada. Aunque supusiéramos que los resultados no fueran simétricos, si por ceder cuando el otro sigue en sus trece, sufriera más uno que otro, por ejemplo, el resultado no variaría. Es decir, no tienen por qué tener una sensibilidad idéntica ambos jugadores.

Ahora enfrentémonos al problema estratégicamente: ¿Qué debo hacer para obtener un buen resultado a largo plazo? Ya que sólo hay dos equilibrios posibles y que en ambos uno se mantiene en sus trece, la cuestión se resuelve en “¿quién manda aquí?” y no deberíamos sentirnos moralmente culpables... aunque eso sí, tener cuidado no vaya a ser que, como es previsible, el otro haga este mismo cálculo y no cedamos ninguno de los dos nunca de forma que ambos perdamos siempre y la relación se acabe en tiempo record.

¿No hay solución? En realidad sí. Si uno de los dos convence al otro de que nunca cederá, pase lo que pase, es decir, que es tan bruto que prefiere romper la relación antes que dejar pasar la oportunidad de demostrar que “lleva razón”... al otro no le queda otra opción que minimizar costes y asumir que si hay bronca tiene que recular. Siempre. Con lo que el “dominante” podrá seguir siéndolo sin miedo a perder nada por ello. Tan simple (y tan triste) como una relación de dominación. Y dentro de casa.

Claro que este dilema no sólo se aplica a este ejemplo. Muchas relaciones siguen este patrón. Por ejemplo los liderazgos en ciertos grupos animales, como los chimpancés que estudió el etólogo holandes [2] Frans de Waal. Claro que al parecer, el juego se limita en ellos a una larga serie de “amagos” en los que se sondea la evolución de las intenciones del otro sin que se precipite nunca una pelea real. A fin de cuentas si se que el otro es un “kamikaze”, para qué jugar siquiera.

[2]Frans de Waal, La política de los chimpancés, Madrid, Alianza

Microeconomía del Amor. O como los modelos económicos hablan de lo que mis amigos se preguntan los lunes
Microeconomía del Amor es una reedición del libro de David de Ugarte, llevada a cabo por Mario Rodas.

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